Desperté en la habitación donde viajan las personas que sufren sus propias desapariciones. Sin dudas, estaba debajo del árbol del sicómoro, en aquella maldita habitación roja con ese tenebroso suelo sigzagueante. Descubrí a mi doppelgänger tocando el saxofón, sentado en un cómodo sofá de color blanco. De su brazo colgaba una jeringuilla a medio inyectar llena de serotonina pura. El brazo le sangraba un poco. El tipo era de color negro pero estaba algo pálido, aunque el saxofón no paraba de sonar en medio de aquella sala roja. A través de las cortinas rojas, apareció una mujer vestida de blanco que sostenía entre sus manos una bandeja metalizada con utensilios médicos. Se quedó completamente quieta, mirándome fijamente, y es cuando me di cuenta que no tenía boca, y tampoco nariz. Su cabello rubio colgaba de un rostro totalmente inacabado.
Continuará